Niniosss...
Iba a responder a un artículo que mi niña me había dedicado en su blog. De verdad que sí. Hoy me había levantado extrañamente romántico. Sensiblero, diría yo. Pero es que hay cosas que le quitan a uno las ganas de ponerse tierno. Y es que un renacuajo, un enano de no más siete u ocho años, ha pasado junto a mí y me ha derramado el café sobre el pantalón. Suerte que lo estaba tomando con hielo, si no me veo en el médico (o médica, que sería aun más humillante, si ello es posible) comentándole que me han escalfado los...
En fin, que me he vuelto hacia el chaval y éste ni se ha dado cuenta. Malhumorado, he buscado a los padres con la mirada, últimos responsables, en todo caso. Y, chico, o el niño es huérfano o aquí nadie lo ha parido. También puede ser que, con la cara de mala hostia que se me ha puesto, nadie se haya atrevido a atribuirse la patria potestad de energúmeno en miniatura. Total, que jurando en suajili (entre dientes, eso sí, que hay niños delante) me he acabado lo que queda del café y me he puesto a escribir esto. He preferido hablar del enano en cuestión en lugar de contrar cómo es mi niña, por aquello de que ella se merece que la describa estando de mejor humor. Claro, que también he pensado en ella.
He pensado en que, si un día quiere un hijo va a tener que ser bajo ciertas condiciones. Una de ellas es que lo eduquemos. Esto, que suena a tontería, es una falta que cometen muchos padres: se acercan al bar o al muelle pesquero o a cualquier otro lado donde haya mucha gente y dejan que el resto del mundo, sobre todo los que necesitan o desean un poco de paz, se ocupen del crío. Igualito que el cerdo de san Martín, criado por todo el pueblo. Luego, cuando el pequeño vikingo está lo suficientemente cansado o desbravado, se lo llevan a casa y duerme como un angelito, el pobre, qué bueno es.
El protagonista de esta diatriba es el chaval en cuestión, pero, amigos, los verdaderos artífices son sus papás, a los que aún no he localizado. Por la edad del hotentote en cuestión, deduzco la posibilidad de que sean unos padres jóvenes. Por la actitud del vástago, me imagino a unos papis de esos modernos, de los que dicen que no se deben coartar las tendencias y los impulsos del niño. De esos que no le han dado una hostia a tiempo. Cuando el guaje se puso gilipollas por primera vez, vamos.
Y, a los mejor, ese es el problema de muchos papis modernos y tope guai. Que confunden las virtudes de una bofetada a tiempo con el más salvaje de los maltratos. A mí casi nunca me han sacudido mis progenitore (y mira que las he armado gordas). Eso sí, cuando lo han hecho ha sido de manera muy efectiva. Me han cortado el rollo con una bofetada a tiempo y, oye, he crecido sin mayores traumas.
Pero es que ahora las cosas han cambiado. Hoy en día, el que un profesor le arree un capón a un crío o que un padre le dé dos guayas, es un maltrato casi al nivel de un homicidio. Ni tanto ni tan calvo, hombre. No creo en la efectividad de los castigos físicos, pero tampoco en el poder absoluto de la palabra amable. Y la prueba la tenemos en la generación que ha crecido entre algodones, sin una mala torta que llevarse a la cara. En esos chavalotes de quince años que creen que todo vale, que han hecho, en casa y fuera de ella, de su capa un sayo, que de siempre han sabido que un berrinche no tendría más consecuencias que el conseguir quedarse con sus amiguitos media hora más. Esos mismos son los que ahora siguen creyéndose intocables, diosecillos en su hogar y, si se ven protegidos por el rebaño de idiotas que los suele rodear, fuera de él.
Pues, amiguitos adolescentes que habéis crecido en la educación blandita y psicilógicamente positiva que no mancha, no traspasa y huele a rosas, os esperan muchas, muchas hostias. El caso es que estoy convencido de que al ser humano le están predestinadas un número mínimo de bofetadas en la vida. Y si no se las lleva en casa, de pequeño, se las va a llevar fuera de ella, que es peor.
En fin, y parafraseando a don Arturo Pérez Reverte, uno sospecha que no siempre Herodes degolló inocentes. Testigo de ellos son mis pantalones recién planchados...