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La contraria

Niniosss...

Iba a responder a un artículo que mi niña me había dedicado en su blog. De verdad que sí. Hoy me había levantado extrañamente romántico. Sensiblero, diría yo. Pero es que hay cosas que le quitan a uno las ganas de ponerse tierno. Y es que un renacuajo, un enano de no más siete u ocho años, ha pasado junto a mí y me ha derramado el café sobre el pantalón. Suerte que lo estaba tomando con hielo, si no me veo en el médico (o médica, que sería aun más humillante, si ello es posible) comentándole que me han escalfado los...

En fin, que me he vuelto hacia el chaval y éste ni se ha dado cuenta. Malhumorado, he buscado a los padres con la mirada, últimos responsables, en todo caso. Y, chico, o el niño es huérfano o aquí nadie lo ha parido. También puede ser que, con la cara de mala hostia que se me ha puesto, nadie se haya atrevido a atribuirse la patria potestad de energúmeno en miniatura. Total, que jurando en suajili (entre dientes, eso sí, que hay niños delante) me he acabado lo que queda del café y me he puesto a escribir esto. He preferido hablar del enano en cuestión en lugar de contrar cómo es mi niña, por aquello de que ella se merece que la describa estando de mejor humor. Claro, que también he pensado en ella.

He pensado en que, si un día quiere un hijo va a tener que ser bajo ciertas condiciones. Una de ellas es que lo eduquemos. Esto, que suena a tontería, es una falta que cometen muchos padres: se acercan al bar o al muelle pesquero o a cualquier otro lado donde haya mucha gente y dejan que el resto del mundo, sobre todo los que necesitan o desean un poco de paz, se ocupen del crío. Igualito que el cerdo de san Martín, criado por todo el pueblo. Luego, cuando el pequeño vikingo está lo suficientemente cansado o desbravado, se lo llevan a casa y duerme como un angelito, el pobre, qué bueno es.

El protagonista de esta diatriba es el chaval en cuestión, pero, amigos, los verdaderos artífices son sus papás, a los que aún no he localizado. Por la edad del hotentote en cuestión, deduzco la posibilidad de que sean unos padres jóvenes. Por la actitud del vástago, me imagino a unos papis de esos modernos, de los que dicen que no se deben coartar las tendencias y los impulsos del niño. De esos que no le han dado una hostia a tiempo. Cuando el guaje se puso gilipollas por primera vez, vamos.

Y, a los mejor, ese es el problema de muchos papis modernos y tope guai. Que confunden las virtudes de una bofetada a tiempo con el más salvaje de los maltratos. A mí casi nunca me han sacudido mis progenitore (y mira que las he armado gordas). Eso sí, cuando lo han hecho ha sido de manera muy efectiva. Me han cortado el rollo con una bofetada a tiempo y, oye, he crecido sin mayores traumas.

Pero es que ahora las cosas han cambiado. Hoy en día, el que un profesor le arree un capón a un crío o que un padre le dé dos guayas, es un maltrato casi al nivel de un homicidio. Ni tanto ni tan calvo, hombre. No creo en la efectividad de los castigos físicos, pero tampoco en el poder absoluto de la palabra amable. Y la prueba la tenemos en la generación que ha crecido entre algodones, sin una mala torta que llevarse a la cara. En esos chavalotes de quince años que creen que todo vale, que han hecho, en casa y fuera de ella, de su capa un sayo, que de siempre han sabido que un berrinche no tendría más consecuencias que el conseguir quedarse con sus amiguitos media hora más. Esos mismos son los que ahora siguen creyéndose intocables, diosecillos en su hogar y, si se ven protegidos por el rebaño de idiotas que los suele rodear, fuera de él.

Pues, amiguitos adolescentes que habéis crecido en la educación blandita y psicilógicamente positiva que no mancha, no traspasa y huele a rosas, os esperan muchas, muchas hostias. El caso es que estoy convencido de que al ser humano le están predestinadas un número mínimo de bofetadas en la vida. Y si no se las lleva en casa, de pequeño, se las va a llevar fuera de ella, que es peor.

En fin, y parafraseando a don Arturo Pérez Reverte, uno sospecha que no siempre Herodes degolló inocentes. Testigo de ellos son mis pantalones recién planchados...

Las barbas propias

La verdad es que el tipo no me cae demasiado bien. No es que me caiga mal o que me haya ofendido. Es, simplemente, que sólo lo cuento entre mi nómina de conocidos. Sin más. No es amigo ni enemigo. No creo que vayamos a llevarnos nunca mal, pero dudo de que llegue a llamarlo amigo, o colega siquiera. El motivo es que tiene razón en casi todo lo que dice, y no me gusta charlar más de cincuenta minutos al mes con gente así. Cierto que Vïctor es un muchacho que aporta mucho a quien hable con él, pero le hace a uno sentir una especie de complejo de inferioridad, como si su persona careciera de todo interés, intelecto o cultura. Insisto en que no es culpa suya. Ha leído, ha pensado, y se ha preocupado por descubrir el mundo que lo rodea. Not guilty, que dicen en los juicios los gringos.

¿Que por qué lo traigo, entonces a colación? Pues mira, por eso mismo, porque suele tener razón y demostarlo con argumentos de tal contundencia que dejan a un lucero del alba a la altura de un martillo de plata. El otro día, leí, por casualidad, un artículo suyo y, chico, me quedé de patedefuá untao en pan de molde integral.

Uno, a sus treinta y un taquitos, no se siente especialmente mayor, aunque se salga un tanto de las abrumadoras estadísticas con las que Vïctor apoya una serie de afirmaciones que suscribe al cien por cien. Y es una de esas frases lo que se me quedó latiendo en el cerebro al acabar de leer la pieza: "Hemos convertido la educación en la nota del expediente y a la información en la tasa de audiencia". Alucina. Tiene el hombre más razón que un santo de los que tienen razón. La ha soltado afilada y certera, el Robin Jud éste.

En un mundo donde lo que cuenta es el colorín, donde no somos capaces de asimilar más que lo que nos entra, de forma agradable, por los ojos. En una sociedad en la que se lee poco -salvo sea el Marca- y se piensa menos -salvo sea quien se estruja el neuronamen para no dar golpe-. En un país en el que todo vale para ganar mucho dinero y no dar palo al agua, en el que Don Miguel no tuvo otra que resumirlo en un desesperanzado que inventen ellos. En un país de Caínes y pasotas, no puede haber muchos que se interesen por la política. De hecho no puede haber muchos que se interesen por otra cosa que si se van a dar una alegría para el cuerpo esta noche.

Vale que tampoco es culpa del todo de los que sólo leen la programación de la tele en el periódico. La política se ha vuelto aburrida. Ya todos sabemos qué van a decir los unos de lo que hacen los otros, y los otros de los que dicen los unos; cierto cada medio de comunicación apoya, sin condiciones, a una u otra facción. Pero, chico, que nos están adocenando, nos están empachando de pan y circo como a los felicísimos habitantes del mundo feliz de Huxley. ¿Que vamos a putear al electorado subiéndoles los más básicos de los bienes? Pues lo hacemos durante el mudial y nadie protesta. ¿Que hemos robado nosecuántoscientos millones de euros del Vellón? No pasa nada, para eso está ETA o los malos malosos de los moros. ¿Que nos ha dado por sodomizar ranas en peligro de extinción? Bueno, mira, lo hacemos  de forma políticamente correcta y aquí paz después gloria.

Ante esta apatía, lo único que se me ocurre es citar un poema de Brecth: "Primero se llevaron a los comunistas, pero a mí no me importó porque yo no lo era. En seguida se llevaron a los obreros, pero a mí no me importó porque no lo soy. Luego apresaron a unas curas, pero como no soy religioso, tampoco me importó. Ahora me llevan a mí, pero ya es tarde, ahora me llevan a mí." O echar mano del refranero español: "Cuando las barbas de tu vercino veas pelar, pon las tuyas a remojar".

Y los barberos están cerca. Muy cerca...

Etérea

 

Con esto de que he dejado la bitácora abandonada durante un año, he perdido a muchos de los que la habían enlazado desde la suya. Es normal. Los amigos, por mucho que lo sean, acaban por cansarse de esperar noticias tuyas, si te niegas durante mucho tiempo a darlas. Ahora que vuelvo, y sirva este artículo como torpe e insuficiente descargo, quiero hablar de uno de los escritos breves del Kaisser (sí, con dos eses). Antes de seguir leyendo el mío, no puedo por menos que pedir al amable internauta que haya llegado aquí, buscándome o por casualidad, que lo lea en este enlace...

Conociendo al bueno de César, es muy probable que lo que cuenta sea verdad. Y, lo sea o no, refleja la manera de ser del canarión. El tío es uno de esos heavies romanticones de los ochenta, reciclados a oyentes de toda buena música y a admiradores de todo lo que en este mundo encuentran de bello. Así, te puede hablar con delección de la armonía de las voces de un coro, de la sonrisa de una dama o de los acordes de una canción de Iron Maiden. Es un tipo capaz de lo que pocos, pasado el cuarto de siglo, se atreven a hacer: enamorarse de la vida y gritarle en silencio un piropo.

Por eso, el primer artículo sobre la gentes que me rodean de la nueva era del blog va dedicadio a él. Porque es uno de esos tipos en los que te miras y ves un ejemplo. No se trata de cantar las virtudes del muchacho, que, por muchas que tenga, él sabe cuáles son y no creo que vaya a perder el casamiento porque yo deje de airearlas. Se trata de reflejarme y de reflejar al mundo en un escrito que me ha hecho pensar. Se trata de reflexionar sobre el motivo por el que nos llama la atención que una persona pueda sentir que el cosmos se le pone cabeza abajo y, a la vez, dejar que así sea y sentirse feliz sólo porque alguien le ha sonreído o hablado.

Es curioso: nada dice el muchacho que haya hecho por conocer a la joven hippy. Ni falta. Estoy con él: algunos encuentros no son sino alegrías, pequeños -o grandes- regalos que te hace la vida para que los disfrutes sin estropearlos con una cháchara vacía o intercambiando los teléfonos. No tengo ni idea de las posibilidades de que se produzca un nuevo encuentro, pero me gustaría que, por el bien del Kaisser, éstas fueran escasas o nulas. No es que le desee mal a mi amigo. Al contrario. Por dura experiencia sé que estos encuentros, si se repiten, acaban por humanizar a la otra persona y, que quieren que le diga, un ser etéreo, una vez humanizado, suele decepcionarnos.

¡Ojo! Dios me libre de faltarle en lo más mínimo a la tan graciosa dama. Sólo digo que la mayoría de las personas que nos ponen el coarazón patas arriba nada más verlas están mucho mejor en el recuerdo. Que el roce acaba por dar calor pero también hiere. Que un ángel no debe perder las alas ni el halo. Que lo ideal es recordar una sonrisa y una voz sin que se borre jamás la una ni se vuelva áspera la otra.

Para acabar, un verso de Juan Ramón Jiménez: "No la toque más, así es la rosa".

Tuneao e irracional

Hola, so bestia:

A pesar de los dos puntos y aparte, esto no es una carta. No te mereces que me dirija a ti de una forma tan personal como ésa. Esto que ves es una idea que quiero compartir con los demás. Es más: ni siquiera creo que te pares a leerla. Para la lectura hace falta una catadura intelectual de la que dudo de que dispongas. Y es que sé que lo último que has leído son las instrucciones de uno de esos juegos de coches en los que se trata de correr más que nadie. Y lo último que has aprendido, el código de circulación, olvidado apenas aprobaste el examen.

Y he ahí el problema: que sólo lees las instrucciones para correr, en la pleiesteishon, en unos juegos en los que, para ganar, hay que adelantar a todo Dios. Y los confundes con la realidad en cuanto te pones al volante -palabra que nada tiene que ver con volar, a pesar de lo que crees- de tu coche tope tuneao, coligui, como mola.

Fíjate que aún no te he llamado por tu nombre, y el motivo es que tienes muchos: Pedro, Juan, María, Hermengardo... También tienes muchas edades y caras. Quieres hacerte pasar por otro, pero sé que eres tú. Saltándote un stop, o adelantando por el arcén en un atasco (qué listo que eres). Eres tú el que pone cara de gilipollas desolado cuando se ha llevado por delante a un peatón, como si el atropello hubiera sido una conjura de los dioses y no un acto de irresponsabilidad suprema y de desprecio por la vida ajena -la tuya me importa un huevo, que lo sepas-.

Me indigna que te permitan montar en cualquier máquina que supere los diez kilómetros por hora, pero es lo que hay, de modo que me toca cpmpartir carretera contigo. Y si la bofetada me la llevo yo, por muy culpa tuya que sea, pues mira: gajes del oficio. Pero, amigo, el caso es que son muchas las personas a las que quiero y que, día tras día, conducen por esas carreteras de España y del Señor. Y como les pase algo por tu culpa, mejor vas a estar muerto y en el infierno.

Vale que con las nuevas leyes y los puntos y toda la pesca te hayas pasado unos meses tranquilito, pero, visto lo visto últimamente, has vuelto a las andadas. No entiendo por qué no te quitan el carné definitivamente o, mejor aún, por qué no buscan la manera de impedirte conducir para siempre. Sé que que suena un poco bestia, pero es que la última pirula ha sido muy gorda y te has ido de rositas. Claro, mientras no te cacen...

El caso es que hacia el final de este escrito, y sin quitarte un pelo de culpa, me dirijo a quienes escriben las leyes, los mismos que llevan chófer o usan transportes en los que, de un modo u otro, están a salvo de ti: señor ministro, presidente o a quien demonios corresponda: es evidente que la idea de los puntos, por buena que sea, es insuficiente. Eviten como sea que ese salvaje vuelva a tocar un volante o un manillar. Hoy son mis amigos, mi familia... Pero mañana pueden ser los suyos. Por favor.

De fachorros y fascistas

Se agradece. De verdad que sí. Ayer entró en el blog el papi de mi Comandanta favorita, Paco, o el comandante Vergara, que será como lo recuerden en la base aérea de Matacán. Militar de carrera, de vocación y de hecho, es una de las personas más cultas que he conocido nunca. A veces me duele no seguir siendo pareja de su hija por que una de las consecuencias ha sido el hecho de que perdiera buena parte del contacto con él.

Pero lo que me ha hecho escribir este artículo no es la persona de Paco -la prueba de ello es que está en la sección de "Sociedad", no en "Mi gente"-. El caso es que el comandante critica un par de cosas que digo, y, como afirmaba al principio, se agradece. Me gustan, como a todo el mundo, las alabanzas. Pero es la crítica constructiva lo que me hace crecer. Empiezo, pues, por agradecer los comentarios. Pero no puedo hacer menos que contestarlos.

Me decía Paco, o eso he entendido yo, que justifico las ablaciones de clítoris en determinadas culturas y que el matrimonio entre homosexuales no es tal, sino  que debemos llamarlo unión. Acababa mi ex-suegro diciendo que no debería utilizar tan a la ligera términos como fascista, homófobo o gilipollas.

Pues bien: lo primero que tengo que decir (reconozco que no quedaba muy claro en mi artículo) es que no justifico la mutilación de los órganos sexuales en determinadas culturas. Es más: me parece una aberración. Lo que decía, y sigo manteniento, es que no podemos criticarla si no la entendemos. Una cosa no quita a la otra. En cuanto a lo de los matrimonios, qué quieres que te diga, Paco, a mí me parece de perlas llamarlos "unión", en lugar de matrimio. Es una cuestión de léxico. En lo que sí entiendo que estaremos de acuerdo es en que está muy bien que dos personas que se quieren convivan y se hagan llamar como les dé la gana; y en que una cosa es esa pareja y otra muy distinta y más peligrosa es que nos encontremos con niños de por medio.

Por lo que respecta al uso de insultos o tacos, o equiparar "fascista" a un insulto, te diré que éste es el estilo del blog, uno de los pocos lugares donde no tengo que morderme la lengua; y que reconozco que se me ha deslizado el léxico con lo de fascista. Evidentemente, no tengo nada en contra de las IDEAS de Fichte o de D’Annunzio, por ejemplo. Es más, algunos de de los puntos, como el orgullo de la nación propia y otros similares y de sentido común son, en la teoría, maravillosos. Luego hay otros que me ponen los pelos de punta, pero no vamos a tratar el tema, de modo que dejémoslo. Todo el mudo sabe que soy apartidista -no soy apolítico porque nadie puede serlo-, de modo que tampoco voy a defender ni atacar a partido (o fascio) alguno.

Lo que ha ocurrido es que, por error, he mezclado churras con merinas, he dicho fascistas donde debería haber dicho fachorros. ¿La diferencia? El fascista sigue una ideología; el fachorro adapta esta ideología para su comodidad, me da igual que lo haga bajo la bandera española, la alemana, la Senyera, la Ikurriña o la de Villaquetempujo de la Torta. Para el fascista, el contrario es el rojo, el progresista y todos los que se acogen bajo este paraguas, a veces por un no vayan a pensar que yo...; para el fachorro, el enemigo es todo aquel que no piense como él. Creo que se empieza a colegir que tenemos fachorros de derechas y de izquierdas...

Sigo: no suelo leer sobre política, ya que no me gusta que mi pensamiento esté condicionado por las ideas de otros, pero te diré que algo sé sobre el fascismo, habida cuenta de que obtuve una muy buena nota en la asignatura de "Pensamiento político contemporáneo". De todos modos, últimamente, la única política que me interesa es la que Séneca propugna en De Clementia, tratado que, no lo dudo, habrás leído. Y las consecuencias del primo del fascismo, el nacional-socialismo, llevan a contradecir al tratado del andaluz. Y ya me estoy metiendo en política, una fobia que comparto con el fascio, de modo que voy a dejar el tema.

Por último, intuyo que crees que abuso de la idea de que la española es una historia y una cultura común de más de treinta siglos. Pues bien: yo creo que abuso en la forma, no en el contenido. Traduzco: a lo mejor, lo que hago es repetir demasiado lo de los tres mil años, pero creo que, en España, todos tenemos un poquitio de sangre fenicia, cartaginesa, romana, sueva, alana, goda, ostrogoda, árabe, celta, francesa, americana, inglesa y qué sé yo de cuantos pueblos más -algún día los enumeraré a todos, sólo por el placer de hacerlo- y eso hay que repetírselo muchas veces a los fachorros que, bajo una bandera autonómica se empeñan en reescribir la historia a su gusto o interés.

Sólo me queda añadir que agradezco este tipo de críticas, que me hacen agitar la materia gris. Como todo el mundo, ¿no?

Prohibamos

Vale. Fumo. Como un carretero fumador. Como una chimenea donde arde leña verde. Como un indio cabreado. Me labro, consciente, constante y gilipollas. un cáncer de pulmón. Calada a calada. Cigarrillo a cigarrillo. Si no me mata el cácer, lo hará un enfisema, un infarto, o la mala hostia acumulada el día en que ésta salga a flote. Que fumo, consciente y por placer, vaya.

Ahora bien: he aquí que el ser humano es un animal contradictorio: fumo y me parece de perlas la Ley Antitabaco. Que sí, que sí. Sin ironías. Entiendo incluso lo gallos que andan los no fumadores. Me cae muy bien, por haberlos molestado sin darles ocasión de pedirme, educadamente, que no fume. Soy malo, muy malo. Es más: si de mí dependiera, habría relegado el tabaco al ámbito privado y, si acaso, a un porcentaje muy bajo de bares y cafeterías. Digamos el diez por ciento.

Como me he propuesto escribir este artículo sin recurrir a la ironía ni al insulto, no voy a decir lo que pienso del intervencionismo estatal. Sólo que me molesta bastante que tengan que venir unos señores que no tienen ni puta idea de que existo -salvo cuando toca pagar tasas e impuestos- a decirme que me cuide, que tengo que llegar a los ciento veintiún años. Y bien de salud, gracias, que tengo que producir hasta los noventa, que tal y como está la Seguridad Social, sin niños y con una burrada de moros que no cotizan, lo de las pensiones, chungo pelota, tron.

La ley de marras. Que me parece estupendo. Decía: si los fumadores no hemos sabido respetar a los que no lo son, ahora nos vemos obligados a ello legalmente. Ole. Pero que el Pesoe no nos venda motos pintadas de rojo -nótese el juego cromático de palabras-. Se empeña en decir que es lo mejor para los fumadores, que papá Estado te quiere y que el Tío Sam te necesita -este retruécano es más fino, pero yo me entiendo-.

Vamos a ver: desde mi punto de vista, nos están escamoteando el motivo real por el efecto secundario. El efecto es que en España estaremos todos un poco más sanos. El motivo real: ahorrar gastos de Sanidad.Y es que el tabaco no compensa: el gasto en oncología, cardiología y todas las "gías" que necesitan los fumadores, supera el ingreso de los impuestos que proporciona el cigarrillo.

Por lo demás, y si se trata de ahorrarse unos euros en Salud Pública, se me ocurren un par de medidas: prohibamos la venta de alcohol a imbéciles que luego, bajo sus efectos, se creen invulnerables tras un volante o legítimos dueños de un animal más o menos doméstico al que llaman esposa. Nos ahorraremos dinero en traumatología, Justicia y pompas fúnebres. Casi ná. Prohibamos la salida a la calle de niñatos y niñatas que, como se aburren, se dedican a la quema de mendigos o a la caza del negro. Pero, sobre todo, prohibamos la llegada al poder de inútiles incompetentes, trepas, vagos, lobos con piel de cordero, o cualquier otra de las iletradas subespecies que, en los últimos siglos, salvo muy contadas excepciones, han gobernado para medrar el reino republicano central federalista de un porcentaje de la Península, Cueta, Melilla y territorios insulares. Prohibamos.

Imno, al, spanol dl futuro

Está bien: me rindo. He luchado, pero, como un soldado francés bajo el cruel sol de Despeñaperros, con todods sus compañeros muertos, y acosado por los españoles, veo la batalla perdia. Y es que esta vez el enemigo es demasiado fuerte: la televisión. Y mis armas son sólo estos artículos, la mala leche, y el inalienable derecho a la pataleta. Lo que me ha hecho rendirme es un rótulo en el que se leía algo de la letra de un inmo. Así, a pelo. Sin hache ni hostias.

Pues voy a optar por lo que haría un infante gabacho espabilado en lugar: me rindo y me dedico a trabajar para el enemigo hasta que vengan tiempos mejores.

Vamos, pues, a empezar. ¿Por dónde? Por hacer tabla rasa, por olvidar todo lo que he aprendido sobre el idioma y la escritura. Voy, tal como propuso, supongo que de broma, García Márquez, a escribir como me salga de la punta del pijo. Y, encima, a elaborar una gramática con mis propias normas. Elio Antonio de Nebrija lo hizo y no le fue mal.

Empiezo: como pretendo hablar tal y como escribo, y hablo sin tildes, me cargo los acentos graficos, virgula de la ene incluida. Una vez elimadas las estupidas rayitas, voy a igualar be y uve, havida cuenta de que amvas suenan igual. Y ya que me cargado una letra que suena igual que otra, que carajo, elimino la ache. Por muda y por liosa. Ablando de letras que suenan igual ¿Para que quiero la i griega, si suena igual que la i latina? I en caso de que pueda confundirse con la elle, vamos a acer que sea doble ele. Sigo con las letras cullo sonido puede llevar a confusion. L ce, la Ka i la qu. Pues ke todas la oklusivas se escrivan komo ka i todas las sivilantes komo zeta. En kuanto a jes y jotas, es facil: la que suene gue, ge se keda. Eso si, sin la u ke es muda. I la ke raske la garganta, jota.

Komo pretendo ke mi ortografia sea praktika, avreviare algos grupos de letras. Sin llegar al extremo de los moviles, ke se trata de azer algo elegante. ¿Para ke vamos a escribir "de", "me", y similares si podemos aorrar tinta poniendo d, m, k...? I segimos avreviando, k algo keda: acemos d los indefinidos numeros, d modo k eskribimos tal k asi: "Oi ac 1 buen dia". Mola. Tronko.

Xo m knso d avreviar, d modo k m meto kon la puntuacion: k kda 1 ponga komas. puntos; puntos y koma o... lo k sea donde l salga del vigote. I los interrogantes, o, exklamaziones, solo d zierre, pa k +?

Vueno::: x 1 dia lla sta vien d kamvios. A ver,, k tal m ha kedado?! voi a skojer un texto al azar, skrito kon las normas fascistas e imperialistas del idioma del impero ispanico. ! Omvre: las Rimas i Lellendas d Veker. A ver...... 1s versos al azar;;;

En espanol normativo keda asi,

Cuando me lo contaron sentí el frío
de una hoja de acero en las entrañas,
me apoyé contra el muro, y un instante
la conciencia perdí de donde estaba.

I n l kstellano del futuro s eskrive:

Kuando, m lo kontaron, senti l frio

d 1 oja d azero n las entranas;.

m apolle n l, muro, i 1 instante

l konzienzia perdi d donde stava.

Dios...

El hombre que no participó en ninguna guerra

Ayer me compré el último libro de Pérez-Reverte, No me cogeréis vivo. Como siempre, genial. Recopila artículos publicados entre 2001 y 2005. Pero no voy a escribir una crítica literaria, que eso es cosa del Kaisser. Lo que voy es a mencionar un artículo del año 2001 o 2002. En él, le habla a una joven, Elenita, sobre su abuelo, sobre las guerras a las que éste sobrevivó, sobre lo que amó, odió, sobre la miseria y gloria que vivió el anciano. Le cuenta muchos cómos y porqués de la vejez. Y el cabrón del cartaginés mi hizo llorar.

Me hizo llorar, reflexionar, y me abrió una ganas tremendas de hacer un pequeño homenaje a alguno de mis abuelos. Concretamente, este pobre panegírico va para el que ejerció de padre hasta que mis padres pudieron desempeñar tal labor. Se trata de Antonio. Uno de los hombres más grandes a los que he tenido la suerte de conocer.

Pues bien, Antonio nació en tiempos de la Primera Guerra Mundial, aunque no estoy muy seguro de que lo supiera antes de cumplir cierta edad, habida cuenta de que en aquella época las noticias llegaban muy lentamente a las aldeas gallegas. Nació con una malformación en la columna que le impedía caminar correctamente, lo que le evitó tener que matar al vecino en otras guerras. Eso sí, la deformación no le impdió trabajar como una bestia para sacar adelante a una familia en la que eran siete hermanos.

Acabo de decir que la espalda le evitó guerras. Pero no todas: como todos, pero más que ninguno, tuvo que luchar a brazo partido para arrancarle al cacique local un terruño que luego regó, literalmente, con sudor. De hecho, mi abuela, una belleza de la época -doy fe, he visto alguna fotografía suya de cuando tenía treinta años-, se casó con un hombre apenas era capaz de andar porque, y espero que Celsa, allá en el cielo, sea testigo de que estas palabras son literales: "o teu avó era un home  moi traballador". Creo que no necesito traducirlas.

En estas estamos cuando los abuelos pierden un hijo. Una de esas enfermedades que se llevaban a los recién nacidos y que hoy carecen en absoluto de importancia. A pesar de que la casa, construida piedra a piedra por mis abuelos y una familia amiga y luego dividida en dos, se volvió oscura, casi negra como el infierno, se atreven a tener otra criatura: mi madre. Ignoro por qué no nacieron más niños. Supongo que mi abuela era ya un poco mayor. De la infancia y juventud de mi madre hablaré en mejor ocasión. Sólo cabe decir que entre los dos hicieron a mi madre lo que es y yo soy un cincuenta por ciento mi madre.

En estas llego yo: el primer nieto. O neno. Mi abuelo, endurecido por la vida, seco de sudor y lágrimas lloraba cada vez que recordaba el día de mi nacimiento. Era yo un niño cuando Antonio superó un cáncer. No lo recuerdo, pero lo imagino resistiendo los dolores y llorando cuando pensaba en el dieciocho de diciembre del setenta y cinco. Joder, si es que era de otra pasta.

Él fue quien me enseñó a rezar, los primeros números y las primeras letras, a pesar de ser muy suyo con la Iglesia y casi analfabeto -nunca pasó de sumar y restar-. Él fue también quién me transmitió el amor por el trabajo, sea cual sea. Me río mucho con eso de traumatizar a los crios y lo delicados que son cuando pienso en nosotros dos, bajo la solana del agosto orensano, volcando el heno y trajinándonos una cerveza a medias para desatascar la garganta, el con sesenta y pico y yo con cinco o seis años.

Me fui de casa muy pronto. Apenas con diez años me mudé a un seminario, de modo que apenas lo veía. Pero era como esos amores en la distancia. Sin son auténticos, perduran y aun crecen.

Me duele todavía cuando, estando ya en Salamanca, mis padres me comunicaron que el abuelo tenía cáncer de lengua. Pero no fue el cáncer lo que se llevó a mi abuelo. Fue la pena. Después de pelear contra el mal durante varios años, tuvo que hacer frente a la enfermedad de mi abuela, otro cáncer, éste de pácreas, que se la llevó en medio año. Mi abuelo podría haber vivido seis o siete años más, ya que su enfermedad avanzaba con lentitud, pero la pena de perder a Celsa lo sumió en tal tristeza que, apenas un año más tarde, nos abandonaba. De esto hace ya unos años y ahora, mientras escribo esto, se me difuminan las teclas del ordenador por las lágrimas.

Tuve la inmensa suerte de decirle adiós apenas unas horas antes de que falleciera, pero la enorme desgracia de no decirle las suficientes veces cuánto lo quería. Sirva este artículo de tardío e insuficiente descargo. Un bico, avó.

La boda de Bush y la pequeña Yaiza

Flipo. Mucho. Pero mucho, muho... Acabo de leer un artículo en un blog yanki y me he quedado a cuadros. Osea, ¿no va el maromo, o maroma y defiende a Bush por oponerse a las bodas homosexuales? A ver: en  este tema, que cada uno piense lo que le dé la gana. El que quiera poner a escurrir a dos tíos que se casan, allá él; y si Pepe y Manolo deciden que son los hombres de su vida, me parece fantásico. Pero es que luego el fulano se empeñaba en comparar las bodas homosexuales con la poligamia y las bodas con niñas en África. En Zimbawe, decía el tío listo. Vamos, que también en los Iueséi mezclan churras con merinas.

En España, como en Estados Unidos, habitualmente, dos personas, sean del sexo que sean, se casan más o menos libremente. ¿Se imaginan lo contrario?, el cura dicendo: Pedro, ¿tomas a María por esposa para amarla y todo eso o prefieres que te castremos y te lapidemos?; y tú, María, ¿te casas con Pedro o te deportamos? Vale que alguno ha ido al altar por aquello de la presión social y porque no le quedaban más huevos después de una noche loca... Pero no era -normalmente- cuestión de vida o muerte.

Lo que quiero decir es que no entiendo la crítica a un acto de libertad -ojo, la boda en sí, que de la familia ya hablaremos...- ni me cabe en la cabeza que esta crítica se apoye en una comparación bastante más que odiosa.

Analizando en profundidad el mensaje del colega gringo, creo saber dónde radica el problema. Y lo que me fastidia (iba a escribir jode, pero parece que eso de las palabrotas va a empezar a perseguirse en los blogs) es que ambos compartimos una carencia. A saber: aquí, el colega John y un servidor, somos muy miopes. Tanto él como yo nos empeñamos en medir por el mismo rasero a gentes que no tienen nada que ver: de un lado, Smith critica la Boda de Joey y Mickey, comparándola con actos propios de la cultura africana y de otro, el menda defiende que Pepito y Miguelín se pasen por el Ayuntamiento argumentando que es cosa de cada uno y que peor es lo de África. Nuestro problema -ojalá fuera sólo de John y mío- es que halamos sin saber, desde un púlpito de riqueza y una cultura juedeo-cristiana que no entiende al islam ni a cualquier otra ideología que no sea la nuestra.

Como me está quedando un poco lioso el artículo, para rematarlo, voy a resumirlo en un par de frases: por un lado, no somos quiénes para criticar actos de culturas que no son la nuestra: eso se llama etnocentrismo; por otro lado, nadie nos manda meternos en la vida de dos personas qe se aman, sean del sexo que sean: eso se se llama fascismo. Y gilipollez.

Daddy English

Acabo de tener una bronca considerable con una compañera y aún estoy partiéndome de risa. No por la discusión, ojo. Bueno, sí, por la pelea, pero sólo por el final. A ver: me explico, que esto de reírse solo está muy feo y es la antesala del manicomio: cuando la buena mujer se cansó de argumentar –reconozco que un servidor desquiciaría al mismísimo Santo Job- me soltó, airada, un ignórame. Y la jorobó. Me demostró que ignora que el verbo ignorar no es sinónio de hacer caso omiso o ningunear, sino que sólo posee el significado de desconocer.

Y como un servidor hace gala de muy buena memoria y le iba a resultar complicado dejar de conocer a una persona que ya conoce, mi respuesta era evidente: no puedo.

Se lo tomó, como era de esperar, por donde no era. Creyó la interfecta que, tras el combate verbal, le soltaba irónicamente un piropo. Así pues, con desprecio en los ojos y rabia en el gesto –o al revés- me soltó un que te jodan. Habida cuenta de que mi vida sexual es, últimamente, como la de una piedra pómez, no pude evitar un Dios te oiga.

La dama se dio la vuelta con un cabreo de cuatro pares y se largó murmurando algo de gilipollas y de que me dieran por no sé dónde. Espero que no literalmente.

Ahora que le he dado unas cuantas vueltas, lo entiendo: la buena mujer se empeñaba usar malos calcos del inglés, mientras un servidor gusta del castellano derecho. Así, el verbo to ignore significa, en la muy noble, aunque pobre, lengua de Albión lo que ella había querido decirme a través de una mala traducción. En cuanto al fuck you, que ella tradujo por que te jodan, no tiene una traducción clara, más que nada porque, si quieres desearle mal a alguien, no tiene sentido que le digas que ojalá tenga una noche de sexo desenfrenado. Y eso de jódete, que quieren ustedes que les diga: ciertos menesteres son cosa de dos. O más: allá cada uno con su suerte y sus perversiones.

Tras escribir esta sarta de chorradas a modo de ejemplo, voy al meollo de la cuestión, a lo que quiero decir. Y es que nos empeñamos en ser una panda de acomplejados ante papá inglés, una caterva de meaplias irredimibles ante todo lo que brilla en el guiri. Somos como urracas, que nos apoderamos de todo lo que nos llama la atención, también en cuestiones lingüísticas. Me pregunto qué ocurriría si, en lugar de ser Estados Unidos fuera cualquier país árabe la referencia cultural. Es probable que, en lugar de decirle a nuestra pareja, acaramelados, I love you, le soltáramos un u-hei-buukii. Y nos quedásemos más anchos que altos.

¡Señores! (y ¡señoras!, seamos paritarios) el español, castellano, román paladino, hispano, ibero o como coño queramos llamarlo, posee una riqueza atesorada a lo largo de treinta siglos. A través del tiempo ha ido asimilando extranjerismos, pero siempre que éstos eran necesarios. No vengamos ahora de horteras y de listos a destrozar uno de los idiomas más ricos y con más hablantes del planeta tierra. Please.

"Neno, acabo reventada contigo"

Acabo de bajarme del autobús y de reflexionar. Para que digan que los hombres no sabemos hacer dos cosas a la vez. Y hasta estoy echándome un cigarro mientras escribo. Lo que me ha hecho pensar durante el trayecto en el urbano es una escena que he contemplado entre un pequeñajo de unos siete años y un señor al que he supuesto su abuelo.
El niño trataba de convencer al anciano de que hicieran algo juntos. No sé qué. El caso es que el señor le tomaba el pelo, convencido, estoy seguro, de antemano por los argumentos infantiles, deshilachados y yuxtapuestos.
Lo que ha provocado que callase por fuera y hablase por dentro fue el hecho de verme reflejado a mí mismo hace más de veinte años. Cuando habría matado a quien fuera con tal de que me dejaran acompañar a mis abuelos a las parcelitas en las que se habían pasado la vida deslomándose para arrancar lo suficiente para comer.
El caso es que, nada más doblar la esquina de la casa y tras asegurarme de que nadie salvo mi abuela podía oírme, balbuceaba en el gallego inseguro de un mico de cuatro años: "Abuela, ya sé que te cansas al llevarme en brazos, pero, si me llevas, seguro que llegamos antes". Siempre el mismo argumento. Siempre las mismas palabras. Y siempre la misma respuesta: "Neno, acabo reventada contigo", dicho lo cual, suspiraba, me sonreía desde lo más profundo de unos ojos que tengo el orgullo de haber heredado y me subía, a pesar de los intensos dolores que el reúma le provocaba, a pesar del ahogo de la bronquitis crónica y cargaba conmigo los trescientos metros que nos separaban de nuestro destino. La única recompena que esperaba y que yo le ofrecía gustoso era mi risa.
No voy a hablar del necesario respeto a nuestros mayores, de que son más sabios y, tal vez por ello, están más solos. Eso lo dejo para cuando quiera ponerme serio. Hoy sólo quería sumergirme en ese recuerdo que han provocado un enano y su abuelo. Bueno, y demostrar algo: para quienes piensan que los hombres somos incapaces de hacer varias cosas a la vez: ahora mismo estoy escribiendo, releyendo, fumando y echando una lagrimilla.

¿Depre o gilipollas?

Esta tarde me he estado tomando un café con el profesor de psicología. Un tipo majete el tal Andrés: gallego moreno, de mirada grande e inteligente, bien plantado y que las trae a todas loquitas. El caso es que me he quedado con las ganas de pedirle su opinión sobre algo que me preocupa. Observo que cada vez se producen más depresiones. Tema serio donde los haya, siempre y cuando no decidas reírte de tus miedos. Me habría gustado que me ofreciera, desde un punto de vista científico, la razón de este aumento. Pero no ha podido ser: en la tertulia había gente a la que no le hubiera apetecido hablar del tema. Otro día será. Entre tanto, me quedo con mi idea, que paso a exponer. Y usted, si tiene paciencia y valor, a leer. Y si no, seguro que le gusta más el artículo sobre el Club Deportivo Villasoplanabos que un exfutbolista guiri ha escrito en el diario deportivo. Con que, hala, a mamarla.
He leído en algún lado que la depresión es la enfermedad de la comodidad. Y debe de ser cierto, porque, cuando estás ocupado buscando comida antes de que te ataque alguna alimaña, o cuando te dedicas a esquivar tiros, no tienes tiempo para deprimirte. Ni ganas. Aunque esa alimaña (me vale el apelativo para ambos casos) se haya cargado a tu perrito. El problema viene cuando las alimañas no existen, duermes caliente -en el sentido que sea- y la comida sólo se te puede escapar volando si no sabes trinchar el pavo. Entonces quieres más. Y si hay dinero, lo tienes, si no, alium et aqua, Caesar dixit. Y esa aspiración extra genera frustración. Claro que las frustraciones continuas no tienen por qué deprimirte. No tienen por qué. Pero lo hacen.
La base puede estar en una anécdota que me contó mi Comandanta Favorita hace tiempo: estaba ella, de muy niña, encaprichada con un juguete. El berrinche ante su progenitor -mi comandante favorito- fue mayúsculo. Pero, si algo tienen en común padre e hija, es la testarudez de los mandos castrenses. Tal vez por eso, el comandante Vergara, un tipo digno de conocerse, en el mejor sentido de la palabra, pronunció la frase que, años más tarde, ella me reprodujo: "La vida es una continua frustración".
A ver, a ver, que no me he convertido al budismo ni nada de eso. No niego las bondades de la ambición sana. Pero sana, ojo. Cada uno tiene unos talentos (pecuniarios y de los otros) y es cada uno quien debe administrarlos para hacerlos crecer. Y que a quien Dios se la dé San Pedro de la bendiga, vamos. Lo que ocurre es que no somos conscientes de lo poco que se necesita para ser feliz -remito al lector a una de las más bonitas canciones de Joaquín Sabina: "Para dormir a pierna suelta, le basta con tener para vino, pan y tabaco", que decía la Balada de Tolito-. El problema se agrava cuando confundimos dinero con felicidad, que, aunque se parezcan, no siempre son lo mismo.
Como ya voy más allá de las 33 líneas y de los 33 no pasó ni Cristo, voy a concluir, que en nada soy superior al Mesías: ahora lo fácil es echarle la culpa a la sociedad, decir que nos inunda de anuncios, de ventanas a una vida de lujos y lujurias inalcanzables. Lo fácil es echar balones fuera, usando un término que mi colega de tecleo, el tuercebotas guiri que escribe en la prensa deportiva. Lo fácil y lo cobarde. Examinémonos un rato. ¿De verdad voy a ser más feliz si llevo los vaqueros del tal Pepe Pardo, las zapatillas de Naiqui-enselasponga-, el perfume de Adolfo Chorícez y la gomina del alcalde de León? Para mí, eso, más que felices, nos hace gilipollas. Claro que a lo mejor, el tipo que decidió agarrar el diario futbolero "Carca" nada más acabar el primer párrafo no está de acuerdo. Allá él y el guiri.

Valores

Estoy emocionado. De verdad. Casi con la lagrimilla en el ojo. Y es que no estoy acostumbrado a los piropos. Y, hoy, la rapmántica, supongo que cegada por esa amistad, incondicional como todas las amistades que ella da, me ha soltado el piropo más bonito que jamás me hayan echado. Y sin previo aviso, que tiene más mérito. Ha dicho algo así como que soy un tío con valores. Vale. A lo mejor no es lo más poético que se le puede decir a un hombre soltero, sin compromiso y en edad de merecer. Pero me ha emocionado de verdad. No soy tan hijoputa ni tan cabrón. Por algo se empieza.
Claro que eso de los valores no sirve para ligar, ni da dinero, pero te hace sentirte bien cuando repasas el día, antes de quedarte frito y soñar con los angelitos, o las angelitas, que hasta en sueños soy paritario. Vale que no están de moda, que no te hacen tan guapo como esas cremas faciales que anuncian cuando ya es navidad en el Corte Galés, ven y compra, borrego, que si no no te vas a comer un rosco en el cotillón de Nochevieja. Pero ayudan a hacer de un cabronazo como mi menda algo parecido a un buen tipo, de esos a los que les coges cariño y todo.
Está bien: lo mejor que puedes hacer ante tu jefe es enfundarte los valores, y la lengua ya de puestos, cuando te está echando una bronca de tres pares por algo que él ha hecho mal. Pero son esos que te guardas para ganarte los garbanzos los que te hacen mejor que él. Aunque no el mejor, ojo. Si te hicieran el mejor, estarías de contertulio de élite en Crónicas o en el programa de la Campos, que ahí sí que van los mejores. La releche, vamos. Esos mismos que creen que el corazón, del que tanto hablan, está compuesto de cuero de tapir amazónico, como sus zapatos y sus carteras. Para ser el mejor, al menos en un mundo asesino de puro competitivo, tampoco los ideales visten. Vaya por Dios.
También es cierto que sólo con una conciencia limpia es difícil relacionarse con la crem de la crem social. Sobre todo porque la cartera suele estar tan limpia como la conciencia. El caso es que me interesa muy poco lo que tenga que contarme esa Jet-set, cuyo dinero pueden meterse por la cuenta corriente y cuya conversación va de las joyas de Piluqui a los cuernos de Maruqui pasando por un tema tan inteligente como los bajos del Ferrari de Pototo. O los bajos de Pototo sin más, que hay gustos para todo. Me quedo con las tertulias de la facultad, donde nos juntamos profesores y alumnos, juntos, revueltos, animados y divertidos, para arreglar el mundo en media hora y dos cuchilladas. A la carne con patatas que solemos comer después de las patatas con carne que sirven de primer plato, ojo. Y todo por el ridículo precio de cuatro con quince más las miradas de envidia de quienes te consideran un pelota por comer con los profes, sin darse cuenta de que, fuera de clase, son colegas a poco que tú quieras que lo sean.
Lo que sí que me molesta (iba a decir que me jode, pero hoy me ha dado por la corrección política, que estoy de buen humor) es que alguien se sorprenda de que un ser humano posea valores que corresponden a una especie que suponemos evolucionada. Me cuesta creer que alguien prefiera el dinero a la honradez, el placer a la satisfacción (ojo a los matices, que estoy de buen humor, pero me gusta que el lector piense mientras lee); o que se quede con el poder antes que el amor. Por poner los tres ejemplos más tontos que se me han podido ocurrir. Me molesta porque de alguna manera me hace sentir un bicho raro, casi como si me insultaran. Lo mismo es que la granaína estaba mosqueada conmigo y me ha soltado uno de esos insultos inteligentes. De los que pillas varias horas después, cuando la réplica está ya fuera de contexto. Así que, para bicho raro, tú, amiga Rapmántica. Aquí, si alguien tiene valores, serás tú. No te jode. Y el de la pipa también, que no iba irse de rositas: aquí, si nos insultamos, lo hacemos todos.

La Rapmántica

Creo que ya he hablado alguna vez de la Rapmántica. Vero, que así se llama, es una de esas personas que me honra con una amistad auténtica, intensa, fiel, noble y, no menos importante, sin agobios.
Estamos hablando de una persona de acción. Hasta tal punto es así que, para describirla, en lugar de adjetivos voy a utilizar verbos: piensa, siente, escribe y rapea. Pero me quedaría un poco corto en el retrato si sólo enumerase cuatro verbos, de modo que paso a explicar cada uno:
He empezado diciendo que piensa. Aunque no parece nada característico, ésta una cualidad que se convierte en muy apreciable cuando se la combina con la cantidad, precisión y velocidad que caracterizan los pensamientos de la Rapmántica. Vale que a los felices veinte tus ideas estén matizadas por ciertos pensamientos radicales (me vienen a la cabeza ahora mismo Nietzsche o Bakunin). Pero lo que no es tan habitual que la niña sepa incorporarlas al resto de sus muy variadas lecturas. Y no vivir según el evangelio de Zaratustra.
Después he dicho que siente. Y me he cargado ese cascarón de chica dura que, por otra parte, es incapaz de mantener. Diría que me va a matar por haberla descubierto, pero, uno: ella misma es incapaz de esconderse continuamente y dos: Vero mataría por los suyos, no los mataría a ellos. Además, hablando de asesinar, he matado dos pájaros de un tiro: de esta forma me doy también la excusa para explicar el porqué del apodo. Ella misma gusta de hacerse llamar así, porque, dice, es una combinación de rapera y romántica. Pero, ojo, no nos llamemos a engaño: el romanticismo de la muchacha no es esa tontería de chichinabo o esas lágrimas de telenovela que continuamente se confunden con una manera de ver la vida y de actuar. Para entender el sentimiento romántico de la buena mujer, deberíamos estudiar, en muchos aspectos, la historia y el arte del siglo XIX.
He dicho también que escribe y rapea. Uno estos dos verbos porque están íntimamente ligados en su caso. La prosa de la Rapmántica posee el ritmo sencillo y contundente del rap. Es más, cuando no está escribiendo rap, es fácil que esté despotricando contra el mundo a través de un artículo. En cuanto a los temas que toca, hay que decir que habla de todo, pero con preferencia cuenta lo que ve: he leído algunos artículos que su entorno encontraría, cuando menos, sonrojantes. Dice la verdad sin concesiones, ambajes ni anestesia, lo que la hace tener pocos pero, eso sí, muy buenos amigos.
Voy a ir terminando la descripción de Vero, no porque me falten ideas para hablar de ella o porque sea larga. Termino porque me ha prometido que, en breve, abrirá un blog, de modo que va a concederle al mundo el privilegio de conocerla a través de sus propias palabras. Es más, si tiene a bien contestarme a través de él (en cuanto salga, lo enlazo) puede que las bitácoras de ambos lleguen, con tiempo, unas cañas y unos cuantos artículos más a convertirse en libros. Entretanto, a ver si cunde el ejemplo de una joven de veinte años que nos da mil vueltas en madurez y, en ocasiones, sabiduría de la vida a unos cuantos que nos creemos mayores y gentes de mundo. Ojalá.

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No son tontos: sufren problemas de entendimiento

El Kaiser es uno de esos canarios que les dan fama a los canarios. Un tipo difícil de alterar, vamos. De esos que, cuando te lo cruzas en la cafetería, ves como se pide "doh donuh", se sienta con el primer grupo que ve -suele ser bien recibido- y se pone a charlar de lo divino, lo humano y lo televisable sin levantar la voz más que para hacer algún chiste de cuando en cuando.
El caso es que el Kaiser -¡noticia!- ha elevado la voz, si esto es posible por escrito. César, que así se llama, ha leído, como habitual del blog, el artículo que publiqué la semana pasada, en el que hablo de los rodeos estúpidos que damos para no decir negro o moro y parecer así más progres y tontos de baba políticamente correctos. Transcribo parte del comentario, que se puede leer íntegro pinchando en el enlace que se encuentra bajo lo que escribí la semana pasada:
Salud, hermano
Y yo iría un poco más allá con el tema de la doble interpretación de las palabras del castellano, tan hermoso y lleno de riqueza (...). ¿Por qué los amiguitos de Bush pueden decir que Dios bendiga América, se quedan tan anchos y además son buenos americanos patriotas y un españolito normal, comunista de nacimiento, que esté orgulloso de haber nacido en dominios ibéricos no puede decir Viva España, llenándose la boca, por miedo de ser tachado de facha? Ay amigo, esto de la Historia mal entendida nos deja una herencia bastante jodida de sobrellevar.
En fin, la pregunta roza lo retórico, pero no voy a tomarla como tal. Desde mi punto de vista, éste es un problema inherente al espíritu español. Se trata del miedo al qué dirán. Para ilustrarlo, un ejemplo muy claro: en la serranía de Salamanca y Cáceres se ven muchas casas humildes por fuera y de obscena riqueza por dentro. ¿Por qué? Pues porque en tiempos de la expulsión de los judíos nadie quería aparentar ser rico, ya que los hebreos solían serlo, y una riqueza demasiado ostentosa podía llevar a uno a la hoguera, por judío o por envidiado.
Ese mostrar claramente lo que uno no es se ha transmitido hasta nuestros días, cuando lo que te puede llevar al patíbulo del descrédito público es una ideología de derechas. Estoy seguro de que si lo socialmente aceptable fuera ser fascista, ni Dios llevaría una prenda roja por la calle. Somos así.
Pero volviendo al lenguaje mal utilizado, lo que hoy en día nos hace decir que un tipo calvo tiene problemas capilares, un sordo problemas auditivos o un afectado del síndrome de Down necesidades especiales es un falso respeto a las minorías. Falso porque el mal que sufren es el mismo, se llame como se llame, y el verdadero respeto pasa por una discriminación positiva, por la integración, aunque utilicemos las palabras que nuestros padres, nuestros abuelos y todos los que nos precedieron en esta maltrecha España usaban para describirlos sin malicia alguna.
Este lenguaje farisaico se ve potenciado desde los púlpitos políticos. Nuestros representantes (... Un momento, que me seque las lágrimas de la risa...) hacen lo que sea por un puñado de votos. Saben que un sordo, por sordo que sea, si tiene más de dieciocho años, puede votar. De este modo, modifican sus expresiones para parecer más dispuestos incluírlos en sus programas, para que seamos todos la leche de iguales, la leche de molones y la leche de bobos felices. Así ganan cuatro votos sin necesidad de financiar la investigación contra enfermedades o taras que, a poco presupuesto que se destinara a su investigación, tendrían cura.
El tema no se agota aquí, pero temo que lo que se agote sea la paciencia de mi lector, de modo que dejaré para mejor ocasión otros temas que me propone el Kaiser. Sólo un pequeño adelanto: ¿alguien ha reparado en que el nuestro es el único idioma que utiliza dos nombres para definirse?. Por ahí irán, en otras ocasiones, los tiros. Nunca mejor dicho eso de tiros...

Fuma subsahariano, sucio caucásico

Acabo de leer que han vuelto a herir a ocho inmigrantes en la frontera con Marruecos. La verdad es que me duele pensar que trataban de cruzar a un país donde ellos creían que se ataba a los perros con longaniza. Tal vez escapaban de un régimen tiránico, quizá huían del hambre o puede que simplemente buscaran una vida digna. No lo sé. Ni voy a hablar de la inmigración, ya que ése es un problema que se me escapa. ¿Que por qué escribo entonces sobre ocho personas heridas en La Valla? Paciencia, que todo nos será revelado a su debido tiempo, como dijo hace dos mil años un judío genial.
El caso es que luego lo he comentado con un coleguilla. Le he dicho que era una lástima que los pobres moros vinieran engañados a un país que los iba a tratar a palos. Y de palos casi me da mi amigo en cuanto pronuncié la palabra moros. Que si eres un racista, que si ya te vale, que si son magrebíes, subsaharianos, norteafricanos o cualquier cosa menos moros o negros, cochino blanco. Bueno, no eran esas las palabras exactas, pero sí el espíritu de la filípica que me soltó.
Me dio pereza defenderme. No me apetecía volver a pelear en una guerra en la que apenas dispongo de más armas que la razón. Pero ahora sí que me voy a defender en el blog, donde no me acaloro más allá de lo imprescindible y puedo ordenar las ideas con más calma.
Por orden, pues: cuando hablo de un moro no creo estar insultando a nadie.
Para empezar, deberíamos acudir a la etimología del nombre. Y es que resulta que los romanos se referían a los habitantes del África que ellos conocían como mauri. Negros. Es, pues, un adjetivo sustantivado, un gentilicio como podría ser el de celta, galo, bretón o kazajo. Una prueba más de que moro es un gentilicio contagiado por extensión a cualquier africano es el nombre de un país, Mauritania, tan antiguo como el latín.
Lo de llamar negros a los que lo son también tiene su explicación: que yo sepa, para un tipo negro, yo no soy europeo -si no sabe que lo soy-, ni caucásico, ni rostro pálido. Soy blanco. Me describe hablando del color ligeramente tostado de mi piel, que para él es tan blanco como lo es para mí la leche. Por lo mismo, yo no tengo forma de saber si ese señor, de piel como el café, sea éste solo, con leche, cortado o más o menos cargado, es magrebí -casi sinónimo de norteafricano-, subsahariano (lo correcto sería decir sudsahariano, del sur del Sáhara, diga lo que diga la RAE), europeo, americano o sueco.
¿Qué ocurre entonces? ¿Por qué nos empeñamos en definir una raza o el origen de una persona con gentilicios equívocos? En mi humilde opinión es que somos todos una panda de pollafláccidas, de tontos del culo que prefieren cogérsela con papel de fumar. No entiendo por qué moro, negro o amarillo han tomado un matiz despectivo. Tal vez menospreciamos todo aquello que sea distinto y no nos atrevemos a reconocerlo. Preferimos usar eufemismos a llamar a las cosas por su nombre. De ese modo parecemos más tolerantes, más progreguays. Más tontos del culo políticamente correctos, vendidos por una imagen, por unos céntimos o por cuatro votos. Y ya hablaré en mejor ocasión del mal trato que recibe el idioma español por estas causas. Lo haré cuando se me haya bajado un poco el nivel de mala leche en sangre. Es que, lo reconozco, me saca de quicio ver cómo se maltrata un legado cultural que se remonda más allá de treinta siglos.
Entre tanto, podemos seguir arrancando las ropas a un idioma al que han ayudado a vestir moros, fenicios, negros, cartagineses, judíos, celtas, indios, franceses, amarillos, ingleses, árabes y yo qué sé cuantas otras razas, gentes y naciones....

Quiero ser distinto

Vale. Me tienen hasta donde la espalda pierde su casto nombre. Hoy, después de varias semanas, me he vuelto a poner delante de la televisión. Y van a pasar varias semanas más antes de que vuelva a encenderla. Y es que no hay derecho. Son todos iguales: ellos altos, de espesa cabellera y sin un maldito pelo a la vista de cuello para abajo. Impolutos ropajes a la última -y más cara- moda cubren unos cuerpos danone esculpidos a fuerza gimnasio, pesas y cocaína. Y lo de ellas, peor, oiga. Ni un gramo de grasa, patéticos esqueletos de lo que debería haber sido una mujer con sus curvas y todo. También al último alarido de los más exclusivos -e inasequibles- modistos. Pero lo de ellas ya lo hablaré, o, mejor, que lo haga la Rapmántica, que de eso de ser mujer sabe mucho más que yo.
El caso, que me pierdo: nos venden una serie de estereotipos superficiales, basados en una belleza lograda artificialmente, nos hacen desear unos modelitos de ochenta talegos e insisten en que, si no somos como ellos, si no nos cuidamos el cutis con la crema de Nifea for Pen o no lucimos una cabellera lavada con Pidal Sifún, jodidos estamos. Que no nos vamos a comer un rosco, vamos. Pero ni en el curro ni con una señorita medianamente pasable, de esas que reconoces al día siguiente sin decir Dios mío, qué tenían las copas de anoche. Además, es mejor no pensar, que eso desgasta las neuronas y, entre las copas y la coca, se nos mueren y perdemos la capacidad para elegir el modelito más pijo o la imprescindible labia para berrearle a otro encefalograma plano al oído lo buena que está y que si vienes mucho por aquí, anda, nena, vamos a mi casa que estaremos más tranquilos. Está bien. Casi cuela. Lástima que a mí no me la vayan a dar.
Vamos a ver ¿qué es más importante, que tus colegas de fiestuqui te den palmaditas en el hombro, ahí estamos machote, cuántos echasteis; o, tres días más tarde, encontrarte para tomar café con una mujer con la que has pasado una buena noche y poder hablar de algo, aunque no sea precisamente la hembra que todo macho envidia? Antes de contestar, querido lector, tenga en cuanta que, por muy macho que sea, dudo muchísimo de que vaya a dedicarle más de tres horas diarias al saludable ejercicio del sexo (actores porno aparte) y que le van a sobrar 21 horas de contemplación. Que está muy bien eso de quedarse absorto ante la belleza, pero 21 horas al día es un tanto exagerado. ¿No?
Claro que yo estoy hablando de una mujer de la que enamorarse, no de polvetes de discoteca. Creo que hay matices... Ahora que lo pienso, esos matices tampoco están tan claros en los programas de la televisión. A lo mejor porque la televisión es reflejo de la sociedad, y no al revés. Se me agranda la úlcera: tampoco está de moda enamorarse. La verdad es que me estoy dando cuenta de que casi nada de lo que hago, digo, pienso o siento está de moda. Ya no vende enamorarse del mundo, amar a todas las mujeres (menos mal, me arruinaría en San Valentín), ya no se ve gente dedicada a pensar ante un atardecer. Ni siquiera contemplar ese mismo ocaso por el puro placer de disfrutar de una belleza que no viene en los libros de rutas. Tampoco es muy rentable hablar con el corazón, ni querer conocer a tu interlocutor sólo escuchándolo y dándole a entender que lo haces. Hace años que no veo llorar a un hombre, y hace aún más años que nadie, junto mí, suelta un par de lágrimas ante una canción sólo por el hecho de que le recuerda a su primer amor... Creo que me estoy haciendo viejo.
Pero ¿Saben qué? Que no pienso cambiar, que aunque me toque llevar la vida sexual de la gata del Vaticano, aunque no vaya a progresar en el curro, aunque me sacudan, una tras otra, todas las bofetadas que en este planeta puede llevarse un ser humano, no cambio. Que no. Que se adapte el mundo a mí, coño, que yo, con ir limpio, no necesito que mis pantalones cuesten más que la diadema de Isabel II; que con decir la verdad no tengo por qué vender moto alguna; y que, con apreciar la belleza y enamorarme en silencio, no preciso que mujer alguna me dispense favores físicos más allá de una sonrisa y, de cuando en cuando, un abrazo.
Creo que, como todo ser humano, tengo derecho a ser distinto, a vestir a mi modo, hablar en un tono vulgar o cervantino, decir tacos sin ofender y besar con el alma, ya que no con los labios a toda mujer que se cruce en mi camino.
¿Queda claro?

El sexo de los ángeles (cristianos)

Ya es oficial. Lo han conseguido. Por fin la bilis me gotea por las orejas. Vamos a ver, monseñor: ¿de verdad le importa lo que un servidor, católico y apostólico, aunque cada vez menos romano, haga con su pareja, cuando la tiene, en los ratos de intimidad? ¿Cree que puede usted frenar, sólo con la amenaza de un infierno del que incluso su jefe inmediato, el señor Ratzinger (o como coño se escriba, que aún no sé alemán), ha negado la existencia. Cree que puede, digo, frenar los naturales impulsos de un tipo de 29 años, sano y heterosexual?
Pero no voy a mentarle al jefe terrenal, que no me vale, ya que no será ante él ante quien tenga que dar cuentas cuando doble la servilleta y me inviten -o no, por hereje- a papear al Gran Banquete. Vamos a hablar de ese mensaje que ustedes dicen extender: ese que nos dejó un tipo, cuando menos, carismático. Un tal Jesucristo. Pues bien: le diré a su eminencia, o como diablos exija la etiqueta que le llame, que soy radicalmente apolítico, que no sigo ideario más allá del mío. Del mío y del de su jefe. El de verdad. Ese que dicen que resucitó. Aunque vuecencia no se muestre a veces muy convencido del hecho.
Y sigo el mensaje de Cristo porque es el mensaje más bonito que jamás haya emitido ser humano alguno. AMOR. Así, con mayúsculas, sin cinismos ni paliativos. Sin anestesia, vamos. Y ese amor empieza por el prójimo, palabra cuya traducción bastarda se acerca a "próximo", a pesar de que pueda extenderse a todo el mundo. A ver: El día que tenga hijos -supongo que éstos sí son prójimos-, lo menos que me exige mi ideario, mi naturaleza y todos mis instintos (algunos de los cuales su Iglesia se empeña en acallar), es amarlos. Con todo. Y ese todo incluye corazón, cuerpo y cartera. ¡Tate! He aquí el quid de la cuestión. A donde yo quería llegar con todo este rollo. Hoy por hoy, mis ingresos son nulos, de modo que me parece difícil darle a un hijo todo lo que se merece, por tanto, sintiéndolo mucho, voy a seguir usando condón.
Ya sé que su organización, que cada día tiene menos de Iglesia y más de empresa, ofrece una solución mucho más efectiva para evitar embarazos. Y más barata, aunque tampoco cuesta tanto una caja de preservativos. Pero cuando estuve en un seminario (salesiano, por más datos), me enseñaron que eso del sexo es la máxima expresión de afecto que puedes dispensarle a tu pareja. ¡Hete aquí que te he, que te acaban de cazar, fray! Osea, que tengo que practicar con mi pareja para decirle que la amo de manera suprema, pero el fruto de esta práctica me lo como con patatas, como un Saturno cualquiera. Al menos hasta que tenga pasta para alimentar a media docena de churumbeles a los que no podré dar tanto afecto como merece cualquier ser humano, porque me tocará dejarme los testículos para alimentarlos. No lo entiendo.
Pero no seré yo quien se queje. Al menos no más de lo que ya he hecho. Al fin y al cabo soy un privilegiado: soy heterosexual y me salvaré del infierno pagando el magro precio de producirle a la Santa Madre Iglesia (palabra que he escrito lo de Santa Madre sin descojonarme demasiado) seis o siete fieles corderitos. El problema es si eres homosexual. Entonces, colega, te vas al infierno directo. Con o sin condón, vaya. Pues, francamente, problemas de adopción aparte, Manolo puede... cohabitar con Ramón, que a mí no me hacen daño alguno. Lo único que les pediría es lo mismo que si Manolo... yaciera con María: que se expresen amor a través del placer. Y ni eso siquiera: que cada una haga con sus partes lo que le salga de las mismas.
Eso de la natalidad obligatoria estaba muy bien para su negocio cuando los niños venían con un pan debajo del brazo; cuando, a mayor número de fieles, más ingresos a través de diezmos, cepillos, limosnas, ofrendas y sacacuartos varios. Pero ahora ya no cuela. No sé si se dan cuenta, pero están perdiendo la clientela por motivos varios que ahora me da un poco de pereza analizar. Ahora, su empresa se dedica a las altas finanzas: la Banca Vaticana tiene inversiones por medio planeta (no siempre muy piadosas, por lo que sé) y en España, la "reserva espiritual de Occidente" -me estoy volviendo un tipo serio: he vuelto a contener la risa con lo de "reserva espiritual"-, bueno, en España invierten en valores a través de Gescartera (vale, ahora sí que me he partido de risa). El caso: que hoy en día no se necesitan tantos fieles para mantener, por ejemplo, una de las estructuras más jerarquizadas, machistas y burocráticas que existen. Entonces, ¿por qué ese empeño en la preservación de una especie cuya principal amenaza es la falta de recursos en este ya maltrecho planeta?, ¿por qué hemos de traer niños a un mundo que se va al carajo?, ¿por qué esa preocupación de su eminencia por lo que yo haga con el meridiano cero de mi anatomía?, ¿por qué no se mete su eminencia sus palabras por donde le quepan y nos deja a todos vivir en paz?

Mi Comandanta Favorita

Hoy me apetece pintar, pero como con un pincel tengo dos manos izquierdas y soy diestro, voy a dibujar con palabras.
Lo primero que se necesita para crear un retrato es un modelo. Tras una larga meditación (dos o tres segundos) me he decidido por la persona a la que más conozco, más aun que a mi mismo: mi Comandanta Favorita.
Antes de empezar, debo tener en cuenta que un buen pintor refleja en el lienzo una imagen más allá de lo que la luz le trae. Y eso es una ventaja, porque mi Comandanta cuida mucho y muy bien su mundo interior. Por otra parte, cualquier pintor, bueno o malo, plasma los sentimientos que el motivo le provoca. No sé si eso es una ventaja, una desventaja o todo lo contrario. Sobre todo teniendo en cuenta que después de un año de haber dejado de ser su pareja aún no logro dejar atrás más de tres años de amor.
Después de este introito, comienzo a esbozar con carboncillo sus rasgos: el nombre que se esconde tras el apodo (cuyo origen explicaré en mejor ocasión) es el de Alba. Pues bien: Alba te mira con un verde felino e inteligente que desmonta cualquier argumento. El cabello largo y rubio que enmarca unos rasgos suaves hace que pienses en un ángel de cuerpo femenino esculpido por el deporte. El conjunto externo, aun cuando ella no le da excesiva importancia, provoca que cualquier hombre se enamore un poco de sus veintidós magníficos veranos.
Paso ahora a marcar las manchas de color con un poco de disolvente pigmentado: he dicho antes que el verde de su mirada desmonta a cualquiera. Y ahora añado: si uno se atreve a bucear en ese océano de superficie ígnea y fondo vegetal, va a encontrar toda la nobleza, bondad e inteligencia que a veces nos falta a muchos.
El gesto decidido de mi Comandanta es el reflejo de su forma de ser: decidida, cabezota y consecuente. Por partes: La decisión la demuestra ante cualquier adversidad. Mil veces se ha encarado con la vida –no siempre en beneficio propio- y casi otras tantas ha salido vencedora. Es una cabezota que se empeña en experimentar, en poner en práctica todo, aún sabiendo que al final del camino la espera una trampa o una caída segura. Y es consecuente porque, tras buscarse el golpe y herirse, en lugar de lamentar su destino, se levanta, se sacude el polvo y emprende de nuevo la ruta, sin importarle en exceso que la senda tenga una salida o no.
Vamos ya con la capa de óleo definitiva. Lo que más llama la atención de Alba es un corazón enorme, desproporcionado. Más allá de lo que cualquiera podría imaginar que puede soportar cuerpo alguno. Tan grande es que en él caben la solidaridad, bondad, perdón, y cualquier otro buen sentimiento del que es capaz el ser humano. Tengo pruebas fehacientes de todo ello.
Pero me temo que el retrato me está quedando demasiado ideal, como los Pantocrátor protocristianos o las esculturas griegas. Todo ser humano tiene sus defectos, sus lacras más o menos importantes. La de Alba es la inconstancia. No se trata de que abandone sus metas. Ya he dicho que es muy terca. Hablo de una grieta en otro punto de la pintura: es una persona que quiere, qua ama de verdad, sin reservas ni paliativos. Ama sin compasión. Pero es un espíritu joven, que quiere amar también sin barreras, sin que le pertenezca nadie y sin pertenecer a persona alguna. Y eso me hace sentir un poco viejo y aburguesado, un buscador de comodidad con brasas en la chimenea y sábanas templadas.
Tal vez fueron sus ansias de libertad las que la apartaron de mí. Pero me ha prometido que dentro de quince años nos casaremos. Espero no haberme equivocado al decir que es consecuente. Ojalá acierte con lo de testaruda. Ojalá.